Cuarentena
2020

Apareció una rotunda necesidad de volver a verme, bucear en mi profundidad para salir al exterior, a flote. Debo hacer foco para observarme en 360°. Siento que así voy a conocer mi luz y mi sombra, mi nuevo despertar después de la tormenta.

El trasladarse es algo inherente a la condición humana y es una sensación que toda persona experimenta.

Desde la llegada al hogar al nacer y registrar allí los primeros recuerdos, hasta llegar al otro lado del océano persiguiendo un destino. Trasladarse al llano para conseguir más alimento o a través del hielo escapando del final. Un poco nómade un poco sedentario, dependiendo de las necesidades. Trasladar el cuerpo o la mente. Mudar de estado, pasar de lo material a lo inmaterial. Mutar.

El acuario de la calle Bismarck era realmente imponente. Su estructura robusta contrastaba con la delicada marea en su interior. Allí podía encontrar los colores y formas más variados. Sumergirte en él era sencillo. Sólo acercarte lentamente y seguir el vaivén del pequeño océano ahí encerrado. Formar parte, de repente, de otro mundo.

En la casa de mamá hay roperos y en la mía hay placares. En los roperos hay recuerdos con olor a naftalina y secretos en los estantes de las sábanas almidonadas. En esos roperos jugué y lloré tapada con largos sobretodos. Aparecí en un jardín poblado de maleza y de seres que jugaban como yo y encontré un amigo perdido.

En mis placares hay otro orden. No hay olor. No hay lugar para ocultarse, todo se ve, se muestra.No hay recuerdos, ni guardan secretos. Son nuevos. Esperarán visitantes, tal vez. Por ahora son sólo espacios de guardado a la espera de algún nuevo habitar.

A veces siento que vivo en un nido por la altura de mi morada. Una cercanía al cielo a la que no estaba acostumbrada. Mi anterior altura era mucho más plana. Apaisada. Se extendía hacia los lados y no hacia arriba. Esta altura marea un poco, pero también permite tener otras miradas, más amplias, más extensas. Cambiar el punto de vista puede ser una aventura. Encontrar nuevos horizontes, espacios inexplorados o también ver los ya conocidos con otros ojos. Ahora que me siento acomodada en el nido, la altura no me inquieta, no me estremece. Puede ser una altura acorde para este nuevo tiempo mío.

Entro a la nueva casa ¿la última? eso no lo sé. Intento imaginar cómo será habitarla. Recorro los espacios aún sin vida y procuro llenarlos de colores y aromas. La sala principal está ahumada, la veo a través de un velo y allí se desplazan seres alegres que bailan y saltan sin que nada los interrumpa. La cocina invade con frescura el resto de los ambientes. Al llegar al cuarto más pequeño, entorno  la puerta y como en un sueño puedo verlo iluminado con un destello de luz que se filtra desde la ventana aún desnuda. El perfume a verano me acerca hacia el próximo cuarto. Intento ver qué almas lo habitarán. Envueltas en un lienzo azul se abrazan y descansan una al lado de la otra orgullosas.